Los
momentos más intensos de transmisión 
oral se desarrollaban en las trasnochadas de invierno junto al fuego. Se
contaban una y otra vez las mismas historias, hasta que quedaban interiorizadas
por los allí presentes. Una sencilla poesía que nos recitaron en Arándiga evoca
con nostalgia este mundo desaparecido de comunicación verbal ante la lumbre.
-La velada alrededor
del fuego, en Arándiga. 
Cobijados
por el hueco 
de la
espaciosa campana, 
alrededor
de la lumbre 
mi
familia se agrupaba.
Mi
abuelo en un rincón, 
enfrente
mi abuela hilaba, 
yo
recostado en mi padre, 
y mi
madre con mi hermana 
y
sentado entre nosotros, 
el
pastor de la majada.
Ruido en
el patio se oía, 
“Ave
María”, llamaban, 
ya
venían los vecinos 
de
algunas casas cercanas, 
que
venían a la mía 
para
pasar la velada.
Con el
rosario en la mano 
mi
abuelo se santiguaba 
y todos
le hacían eco 
en las
cosas que rezaba 
con voz
monótona y triste, 
que
penetraba hasta el alma. 
Después
de la letanía, 
se
rogaba por las almas 
de los
parientes y amigos, 
también
por el bien de España.
Ya se
terminó el rosario, 
los
rostros se espabilaban, 
se
encendían los cigarros 
y se
empezaban las charlas 
y alguna
vez en la lumbre 
mi padre
asaba castañas.
“Buenas
noches nos dé Dios”, 
mi
abuelo se levantaba 
y todos
con gran respeto 
“así
sea” contestaban. 
Luego
juntos los vecinos 
se
marchaban a sus casas, 
mi madre
con un candil, 
abajo
los esperaba.
Qué
lejos está aquello, 
todo
muere y todo acaba, 
dicen
los materialistas;
no es
verdad, 
eso no
pasa, 
eso es
sangre y es aliento, 
y es
médula y son entrañas 
de la
tradición y herencia, 
que
recibió un día España.
 


 
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